Su sobrenombre era tan largo como su andar por las calles de Alberdi. La vi caminando por primera vez por la calle de mi casa, la Dean Funes, cuando con el grupo de siempre, volvíamos al mediodía de la Escuela Normal Alejandro Carbó.
Era una vieja flaca, con pañuelo en la cabeza que caminaba enérgicamente, ya media “pata de catre”. Llevaba su delantal doblado a la cintura cargado de cascotes y piedras. Tenía un punto de estallido que se activaba al decirle: -“¡Queteee…!”. Creo que a la tercera vez me animé y se lo grité con todas mis fuerzas. Nos paramos las dos, ella comenzó a correr hacia mí con la mano removiendo dentro del delantal. Aterrorizada corrí, esquivando una pedrada que fue al suelo y entré como loca a mi casa. Al día siguiente, mis compañeras, me dijeron que “la había sacado liviana”. Nunca más le grite “Quete”: en mi casa vivía con nosotros mi abuela materna, regalona de todos, que tendría su misma edad.
Que se contaba de la “Queterrelumbra”
Historia posible: Siendo joven se había comprometido con un pensionista, que después de años había desaparecido del barrio llevándose sus cosas, menos a ella, que sólo había quedado con el anillo de compromiso. De tanto limpiarlo y refregarlo se fue también el dorado del anillo. Entonces empezó a ponerse brillos en su ropa (papelitos y latitas) y andar sin parar, todo el día por el barrio. De allí su apodo “La Queterrelumbra”.
Que se contaba de la “Queterrelumbra”
Historia posible: Siendo joven se había comprometido con un pensionista, que después de años había desaparecido del barrio llevándose sus cosas, menos a ella, que sólo había quedado con el anillo de compromiso. De tanto limpiarlo y refregarlo se fue también el dorado del anillo. Entonces empezó a ponerse brillos en su ropa (papelitos y latitas) y andar sin parar, todo el día por el barrio. De allí su apodo “La Queterrelumbra”.
Artista plástica: María Laura Castro Vázquez
Narradora: Laura Vázquez Cabanillas