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Mostrando entradas de mayo, 2010

El Niño del Carnero presenta...

El niño montado a un Capricornis (animal fabuloso) presenta a las figuras (piezas únicas de papel maché) de la artista plástica María Laura Castro Vázquez. Ellas representan leyendas y personajes peculiares que se inscribieron en el imaginario popular. Estos trabajos juegan como “ fantasías reparadoras”* en el escenario de la cultura cordobesa. Leyendas: “El burro con los chicos” y “La Pelada de la Cañada”. Personajes peculiares: “Jardín Florido”, “El Cabeza Colorada”, “La Papa de Hortensia”, “La Queterrelumbra”, “El Canillita”, “Las Moyanitas”, “Mucama/cocinera de las casas bien”, los “Estudiantes de las Pensiones”, el carrero “Don Aro”, “El Llavero” y “El hombre de la sombra”. Artista plástica: María Laura Castro Vázquez Narradora: Laura Vázquez Cabanillas *Beatriz Sarlo “Una modernidad periférica” de la revista “Nueva Visión” 1988.

Muestra en el Centro Cultural Municipal "Casa de Pepino"

Muestra de figuras en Papel Maché LEYENDAS Y HABITANTES PECULIARES DE LA CÓRDOBA DE ANTAÑO Artista plástica: María Laura Castro Vázquez Narradora: Laura Vázquez Cabanillas Inauguración 20 de mayo, 19 hs. Abierta hasta el 27 de Junio Centro Cultural Municipal "Casa de Pepino" Fructuoso Rivera 287, esq. Belgrano Tel.: 4343197 Horarios: martes a domingo de 9 a 13 y de 15 a 20 hs.

El Carrero "Don Aro"

Cuando en la zona del noroeste de la ciudad de Córdoba eran casi sólo quintas, Don Aro vendía el “alfa” (alfalfa) para los caballos de tiro y de andar en el Kilómetro 14. En los meses de vacaciones escolares aumentaba su clientela. Don Aro cantaba con alegría tonadillas y zarzuelas, con un juego de “o” profundo de tenor. Sólo lo hacía cuando conducía su carro por caminos de tierra. Al llegar a la calle “macadamizada” (asfaltada) hoy calle Ricardo Rojas, se dirigía a los distintos portones para entregar los fardos de “alfa”. Los chicos lo seguían: - “¡¡Don Aro… Don Aro…!!” y el los saludaba con su brazo en alto. Descargaba los fardos montándolos en su hombro, de uno por vez, y luego los apilaba en el galpón. Al salir, si en el carro había lugar, dejaba montar a los chicos y los llevaba hasta el portón de salida. Al retomar la calle levantaba nuevamente el brazo del “hasta siempre”. Artista plástica: María Laura Castro Vázquez Narradora: Laura Vázquez Cabanillas

Las Moyanitas

Cuando se iba para el centro después del mediodía (en la época que éste abarcaba sólo unas cuadras alrededor de la Plaza San Martín), frente a la panadería Marmandeza antes de llegar a La Cañada, se podía ver a “Las Moyanitas”. Eran dos hermanas, vestidas de negro, mantilla blanca una, con dos moños blancos en la cabeza la otra, guantes blancos, caras totalmente empolvadas con tiza o arroz. Saludaban sonrientes y tiesas, sólo moviendo sus deditos, paradas en el umbral de “la casa de alto” más angosta y descascarada de la ciudad (lo que les quedaba de su antigua herencia). La gente les contestaba el saludo con piedad y ternura pero sin detenerse como huyendo de una pesadilla graciosa. La historia de esas dos mujeres, era de soledad, necesidad y locura, pero los mayores tranquilizaban: -“Ellas estan bien… : tienen empleada y sobrinas que las cuidan, lo principal es que son felices en su propia casa”… Por las noches, los niños, en sus tibias camas, pensaban en “Las Moyanitas”: -“¿Dormir

El Hombre de La Sombra

Walter nació en 1928. A los 7 años se instaló con sus padres en el Cerro de las Rosas, al lado donde años después se levantaría la gran antena de Canal 12. En sus lecturas, queda “buceando” en Leibnitz, filósofo y matemático alemán (…“la sustancia de lo existente son las operaciones que se realizan tanto en los cuerpos, como en el espíritu”…). De Pascal le fascina la geometría proyectiva: las rectas, los vértices, las intersecciones, los conos desplegados, el logro del Hexagrama Místico. Queda atrapado en ellos…Vereda y calle inmediatas a su casa*, se convierten en su campo de experiencias. Su cuerpo y la sombra que éste proyecta. El otro “él”: plano, transparente e inmaterial. Su sombra propia y la arrojada en el plano horizontal, estudiadas por Leonardo de Vinci. Cuando el tiempo se lo permite, desde temprano hasta el atardecer, sale y comienza sus circuitos: hacia delante, de espaldas para seguir el trazado y ver la proyecciónes de su cuerpo y su sombra. Los cálculos se cumple

La Papa de Hortensia

La veías los mediodía de primavera frente a la Cañada, sentada en una banqueta contra el muro, la canasta llena en el suelo. De lejos, su aspecto era bonachón. Al escuchar su pregón: “-¡Vendo papas de hortensia!” la gente se le arrimaba pero su falta de higiene y sus modos torpes, le obligaba a tomar distancia. Las papas y papitas que vendía nadie las reconocía como de hortensias. No se sabía bien de que plantas eran. Los transeúntes dejaban unas monedas al lado de la canasta. Sin agradecer, ni sonreir, miraba para otro lado. Se contaba en el barrio que, algunas veces la policía la retenía en la comisaría por escándalo público, pero la soltaban enseguida porque se quitaba la ropa diciendo groserías. Su falta de simpatía con la gente fue histórica. Así pasó a la fama la iracunda Papa de Hortensia, curiosamente contrapuesta al sentido de la exitosa revista de humor cordobesa, así llamada, de Alberto Cognigni. Artista plástica: María Laura Castro Vázquez Narradora: Laura Vázquez Cab

La Pelada de la Cañada

La leyenda cuenta de un fantasma más escuchado (llantos) que visto. Aparecía en las noches por las cercanías del Abrojal, hoy B° Guemes. Los que la vieron, la describieron como una mujercita vestida de blanco que se encogía y estiraba, deslizándose rápidamente de un lado a otro. Cuando dejaba caer su manto se veía su pelada lustrosa y rostro de calavera. Se arrimaba a los hombres solitarios que transitaban por las veredas, a medias iluminadas, y les decía un estribillo: - “Quico, llamalo a Perico, Caco, llamalo a Don Marcos..” Para luego escurrirse rápidamente. Como en toda leyenda hay señales interpretables de una configuración socio-cultural de la ciudad en esa época: -La figura de la mujer desvalida. -El señalamiento de la costumbre masculina de andar de noche “calaveriando”. -El temor de las secuelas de epidemias como el tifus que azolaban la ciudad.-El estribillo que parece una burla de las ordenes dadas por madres o patronas en sus casas o negocios. -La mendicidad, como coro

El Llavero

Por los años 1909 hasta 1964, se llamaban “llaveros” a los empleados provinciales de Hidráulica encargados de ordenar los turnos de riego de los canales maestros norte y sur. Desde éstos se derivaban canales secundarios, y de éstos a su vez, acequias de menor porte que llevaban el agua a las quintas. Los propietarios pagaban un canon de acuerdo a la superficie a regar. Los llaveros distribuían y controlaban el servicio trasladándose generalmente en sulky. Llevaban colgadas de la cintura las llaves de los candados de las compuertas de las acequias (zanjas que conducían el agua de riego a las quintas). Las “servidumbres de paso” que atravesaban las propiedades y el control de la cantidad de agua por el canon abonado, desataban discusiones entre propietarios o encargados entre sí o con el “llavero”. Se llevaban a cabo verdaderas pesquisas para ver si alguno regaba más de la cuenta o impedía el paso del agua al vecino. En todos esos casos se recurría al “llavero” como

El Cabeza Colorada

José María Llanes, nacido en 1890, más conocido como "Cabeza Colorada", formaba un dúo nacional de guitarra con Chavarría, recorriendo los barrios de Córdoba. Encontró un sitio, el boliche de Ciríaco Ortiz. Allí le fue presentado Carlos Gardel, que lo trataba como amigo. El repertorio del dúo comprendía: tangos, gatos, zambas, valses, canciones criollas, shimmys, etc. Gran contador de chistes y sucedidos. Parecía un personaje de Botero: gordo, bien panzón, con pelo colorado, corte más bien cuadrado, raya al medio y rulos a los costados. Vestía traje con saco, camisa y corbata. Tenía los ojos tirantes y la nariz “ñata”. El dúo Llanes-Chavarría anunciaba su actuación en el club del barrio, con un afiche que decía: “OIR Y JUZGAR”. Entrada libre.* Llegó a la fama. Artista plástica: María Laura Castro Vázquez Narradora: Laura Vázquez Cabanillas

El Burro y los Niños

La leyenda en la Córdoba de antaño, dice que un burro enorme cargado de niños quietos, montados en su lomo, aparecía silenciosamente entre unos cañaverales, haciendo el trayecto desde La Toma hasta la esquina de Bolivar y en silencio desaparecía, sin dejar rastros. Esta leyenda, como todas, aglutina elementos varios que nacen de la necesidad de la gente de expresar oralmente deseos y temores, como en los sueños. En ésta aparecen los siguientes elementos: el uso abusivo del burro como animal de carga (desde leña a personas). Un dicho conocido lo evidencia “burro grande, ande o no ande”. Del andar se encargaba alguien, a veces a ramazos o a patadas, la cuestión era que pudiera cargar mucho. Otro elemento, son los niños numerosos sobre el burro que señala la infancia desvalida y la falta de planeamiento familiar. Su aparición y su desaparición expresa el temor social de temas no resueltos en la misma sociedad. Artista plástica: María Laura Castro Vázquez Narradora: Laura Vázquez Caban

Jardín Florido

Toda una aventura ser mujer ya de 14 años y que Jardín Florido te piropeara. Pasar frente a él, que se fijara en vos, caminando lentamente, una mano retocando tus cabellos, y estirando el talle, mirarlo. Entonces se empinaba en sus zapatos de charol y con un gesto galante, ya en desuso, levantaba su sombrero y te decía un piropo florido. Habías pasado la prueba: Jardín te piropeaba por primera vez. Se llamaba Fernando Albiero Bertapelle, nacido en un pueblito de Santa Fé en 1875. En Córdoba, conoció en sus trabajos el “mundo elegante” (en hoteles, confiterías e inmobiliarias) y decidió “representarlo” para siempre. Trajeado con frac, galera y bastón, eligió como escenario las calles más concurridas de Córdoba: 9 de Julio esq. Rivera Indarte y Dean Funes esq. San Martín. A veces se salía de su papel de aristócrata, colgándose de los tranvías ya en movimiento (como lo hacían los canillitas y estudiantes) con los faldones traseros del frac al viento. Vivió modestamente en la propiedad

Mucama-Cocinera

“Las casas bien” tenían placa de bronce al costado de la puerta de entrada, indicando el nombre del dueño de casa y su profesión: abogado, médico, dentista, ingeniero, etc. También aparecían pegados en la puerta unos avisos de papel que decían: “Se necesita mucama” o “Se necesita cocinera”. Siempre había en el domicilio alguna del binomio. La cocinera hacía desde la mazamorra hasta los pastelitos, cuando sabía hornear pan, era la mejor, su trabajo era el más permanente. La mucama era más volátil, como el plumero, ágil y enterada de los conflictos de la familia. Hacía la limpieza general de la casa y ponía las mesas de almuerzo, té y cena. De la mesa del desayuno se encargaba la cocinera. La mucama tenía más contacto con la calle, atendía el timbre de la puerta y pispiaba afuera. El uso de la denominación de estos empleos se fue modificando al paso del tiempo, adquiriendo más prestigio y reconocimiento: de siervas, fámulas, sirvienta, muchacha… al fin ahora, empleadas. La mucama-cocin

Estudiantes en Pensiones

Las pensiones se abrieron en Córdoba por el año 1925. Vivían en ellas los estudiantes “de las afueras” o de otras provincias. Surgieron en B° Clínicas y B° Alberdi. Eran antiguas casas “chorizo” cuyos dueños las rentaban. Las pensiones eran regenteadas por una “patrona” que vivía allí, en una habitacion cercana al baño. Pensión significaba el alojamiento en una habitación compartida para dormir y estudiar. Los estudiantes debían “rebuscarse” la comida en los almacenes o boliches. Su presencia alborotaba el barrio desde las veredas y los balcones. Al mediodía, asomados a la calle, esperaban la salida y entrada de las jóvenes “del secundario” regalando frases y piropos a las más lindas. Artista plástica: María Laura Castro Vázquez Narradora: Laura Vázquez Cabanillas

La Queterelumbra

Su sobrenombre era tan largo como su andar por las calles de Alberdi. La vi caminando por primera vez por la calle de mi casa, la Dean Funes, cuando con el grupo de siempre, volvíamos al mediodía de la Escuela Normal Alejandro Carbó. Era una vieja flaca, con pañuelo en la cabeza que caminaba enérgicamente, ya media “pata de catre”. Llevaba su delantal doblado a la cintura cargado de cascotes y piedras. Tenía un punto de estallido que se activaba al decirle: -“¡Queteee…!”. Creo que a la tercera vez me animé y se lo grité con todas mis fuerzas. Nos paramos las dos, ella comenzó a correr hacia mí con la mano removiendo dentro del delantal. Aterrorizada corrí, esquivando una pedrada que fue al suelo y entré como loca a mi casa. Al día siguiente, mis compañeras, me dijeron que “la había sacado liviana”. Nunca más le grite “Quete”: en mi casa vivía con nosotros mi abuela materna, regalona de todos, que tendría su misma edad. Que se contaba de la “Queterrelumbra” Historia p

El Canillita

Se llamó así al vendedor callejero de periódicos. Los primeros fueron niños, después se extendió el término a todo vendedor de periódicos. El término canillita fue un toque de imaginación del dramaturgo uruguayo Florencio Sánchez que escribió un libro con ese título, nominando así a un chico con piernas flacas a la vista, que vendía diarios. El trabajo del canillita fue revolucionario para el periodismo pues, antes los diarios llegaban por suscripciones o ventas directas en la Imprenta. Conocí a varios canillitas, especialmente tres en la ciudad y uno en el Km14. Todos eran adultos, los de la ciudad con kiosco, y el otro repartía en motocicleta (otrora bicicleta) en la época veraniega. Este de las vacaciones se llamaba Pedro García, de Arguello. Nos dejaba los periódicos y revistas. Se puso de novio con nuestra empleada Célida, quien se fué de casa, para casarse con él. Artista plástica: María Laura Castro Vázquez Narradora: Laura Vázquez Cabanillas