Cuando en la zona del noroeste de la ciudad de Córdoba eran casi sólo quintas, Don Aro vendía el “alfa” (alfalfa) para los caballos de tiro y de andar en el Kilómetro 14. En los meses de vacaciones escolares aumentaba su clientela. Don Aro cantaba con alegría tonadillas y zarzuelas, con un juego de “o” profundo de tenor. Sólo lo hacía cuando conducía su carro por caminos de tierra. Al llegar a la calle “macadamizada” (asfaltada) hoy calle Ricardo Rojas, se dirigía a los distintos portones para entregar los fardos de “alfa”. Los chicos lo seguían: - “¡¡Don Aro… Don Aro…!!” y el los saludaba con su brazo en alto. Descargaba los fardos montándolos en su hombro, de uno por vez, y luego los apilaba en el galpón.
La leyenda cuenta de un fantasma más escuchado (llantos) que visto. Aparecía en las noches por las cercanías del Abrojal, hoy B° Guemes. Los que la vieron, la describieron como una mujercita vestida de blanco que se encogía y estiraba, deslizándose rápidamente de un lado a otro. Cuando dejaba caer su manto se veía su pelada lustrosa y rostro de calavera. Se arrimaba a los hombres solitarios que transitaban por las veredas, a medias iluminadas, y les decía un estribillo: - “Quico, llamalo a Perico, Caco, llamalo a Don Marcos..” Para luego escurrirse rápidamente. Como en toda leyenda hay señales interpretables de una configuración socio-cultural de la ciudad en esa época: -La figura de la mujer desvalida. -El señalamiento de la costumbre masculina de andar de noche “calaveriando”. -El temor de las secuelas de epidemias como el tifus que azolaban la ciudad.-El estribillo que parece una burla de las ordenes dadas por madres o patronas en sus casas o negocios. -La mendicidad, como coro