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El Llavero



















Por los años 1909 hasta 1964, se llamaban “llaveros” a los empleados provinciales de Hidráulica encargados de ordenar los turnos de riego de los canales maestros norte y sur. Desde éstos se derivaban canales secundarios, y de éstos a su vez, acequias de menor porte que llevaban el agua a las quintas. Los propietarios pagaban un canon de acuerdo a la superficie a regar. Los llaveros distribuían y controlaban el servicio trasladándose generalmente en sulky. Llevaban colgadas de la cintura las llaves de los candados de las compuertas de las acequias (zanjas que conducían el agua de riego a las quintas). Las “servidumbres de paso” que atravesaban las propiedades y el control de la cantidad de agua por el canon abonado, desataban discusiones entre propietarios o encargados entre sí o con el “llavero”. Se llevaban a cabo verdaderas pesquisas para ver si alguno regaba más de la cuenta o impedía el paso del agua al vecino. En todos esos casos se recurría al “llavero” como mediador para resolver esos pleitos, que no pocas veces, se originaban por diferencias políticas de los vecinos enfrentados.

Artista plástica: María Laura Castro Vázquez
Narradora: Laura Vázquez Cabanillas

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La Pelada de la Cañada

La leyenda cuenta de un fantasma más escuchado (llantos) que visto. Aparecía en las noches por las cercanías del Abrojal, hoy B° Guemes. Los que la vieron, la describieron como una mujercita vestida de blanco que se encogía y estiraba, deslizándose rápidamente de un lado a otro. Cuando dejaba caer su manto se veía su pelada lustrosa y rostro de calavera. Se arrimaba a los hombres solitarios que transitaban por las veredas, a medias iluminadas, y les decía un estribillo: - “Quico, llamalo a Perico, Caco, llamalo a Don Marcos..” Para luego escurrirse rápidamente. Como en toda leyenda hay señales interpretables de una configuración socio-cultural de la ciudad en esa época: -La figura de la mujer desvalida. -El señalamiento de la costumbre masculina de andar de noche “calaveriando”. -El temor de las secuelas de epidemias como el tifus que azolaban la ciudad.-El estribillo que parece una burla de las ordenes dadas por madres o patronas en sus casas o negocios. -La mendicidad, como coro

La Papa de Hortensia

La veías los mediodía de primavera frente a la Cañada, sentada en una banqueta contra el muro, la canasta llena en el suelo. De lejos, su aspecto era bonachón. Al escuchar su pregón: “-¡Vendo papas de hortensia!” la gente se le arrimaba pero su falta de higiene y sus modos torpes, le obligaba a tomar distancia. Las papas y papitas que vendía nadie las reconocía como de hortensias. No se sabía bien de que plantas eran. Los transeúntes dejaban unas monedas al lado de la canasta. Sin agradecer, ni sonreir, miraba para otro lado. Se contaba en el barrio que, algunas veces la policía la retenía en la comisaría por escándalo público, pero la soltaban enseguida porque se quitaba la ropa diciendo groserías. Su falta de simpatía con la gente fue histórica. Así pasó a la fama la iracunda Papa de Hortensia, curiosamente contrapuesta al sentido de la exitosa revista de humor cordobesa, así llamada, de Alberto Cognigni. Artista plástica: María Laura Castro Vázquez Narradora: Laura Vázquez Cab

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